"El espíritu del niño es débil, y fácil, por lo tanto, el someterle por 
terror: a esto apelan. Le intimidan, y le pintan los tormentos del 
infierno, le hacen ver los sufrimientos 
de las almas en pena, la venganza de un Dios implacable; más tarde le 
hablarán de los horrores de la Revolución, explotarán cualquier exceso 
de los revolucionarios para hacer del niño «un amigo del orden». El religioso le habituará a la idea de ley para mejor hacerle obedecer lo que él llama la ley divina: el abogado le 
hablará también de la ley divina, para mejor someterle a los textos del 
código. Y el pensamiento de la generación siguiente tomará ese tinte 
religioso, ese tinte autoritario y servil a la par -autoridad y 
servilismo van siempre cogidos de la mano-, ese hábito de sumisión que 
demasiado se manifiesta entre nuestros contemporáneos".
