"Mi trabajo se inscribe, en efecto, en esa línea: vengo de Grecia, en
tanto filósofo, y al pasar por China encuentro un punto que me permite
tomar distancia y poner en perspectiva nuestro pensamiento, el europeo.
Porque, como saben, una de las cosas más difíciles de hacer en la vida
es tomar distancia respecto del propio pensamiento. Ahora bien, China
nos permite tomar distancia del pensamiento del que venimos, romper con
sus filiaciones e interrogarlo desde afuera. Dicho de otro modo,
interrogarlo en sus evidencias, en lo que tiene de impensado. Desde mi
punto de vista, este paso por China tiene dos funciones, o se desarrolla
en dos direcciones: de desvío y de retorno. Primer momento:
experimentar lo que tal vez sea un desarraigo del pensamiento. ¿Qué le
sucede al pensamiento cuando se abandona la historia de la filosofía y,
en especial, cuando se abandonan los grandes filosofemas de
Occidente, el Ser, Dios, la Libertad, etc.? ¿Y, más aun, cuando salimos
de la gran lengua indoeuropea que los ha articulado? ¿Cómo es esta
conmoción que de repente, de golpe, los desestabiliza? Pero
este desvío reclama un retorno -incluso si el desvío nunca termina,
puesto que yo no dejo de leer chino-, que consiste en volver a la
filosofía para interrogarla acerca de lo que ella no interroga, sondear
sus posiciones cristalizadas. Es decir, iluminar sesgadamente, a partir
de la exterioridad china, las elecciones implícitas, establecidas, que
han guiado a la razón europea y que ella, por eso mismo, no está en
condiciones de interrogar, puesto que existe lo que pienso, pero también
eso a partir de lo cual pienso y que, por ese motivo, no
pienso. China nos permite así una especie de visión exterior, que opera
de manera oblicua, para tratar de explorar lo impensado de nuestro
pensamiento: para volver sobre aquello que nuestro pensamiento considera
como algo evidente y que, redescubierto desde ese exterior chino, se
percibe de nuevo como algo sorprendente, fascinante, que nos da material
para reflexionar. Ya lo han comprendido entonces: no voy a China por la
fascinación de la distancia o el gusto por el exotismo, recurro a ella
como un operador (y un revelador) teórico con la intención de inquietar
el pensamiento, de abrirle otros ámbitos posibles para, a partir de
allí, poder relanzar la filosofía".
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