Quizá sea éste el momento de distinguir entre el movimiento gay
libertario, que defiende los principios de la propiedad capitalista y
del individualismo, de otros movimientos sociales que valoran la
libertad como parte de la lucha por la igualdad social, como el
anarquismo y los proyectos de democracia radical. El movimiento queer,
concebido transnacionalmente, ha tratado siempre de luchar en contra de
la homofobia, la misoginia y el racismo, y ha funcionado como parte de
una alianza que lucha contra la discriminación y los odios de todo tipo.
En su origen, las políticas queer tuvieron como objetivo confirmar la
importancia de la batalla en contra de la homofobia independientemente
de cuáles fuesen la identidad y las prácticas sexuales de cada uno en
particular. Pero también se trataba de señalar la importancia de la
alianza, de armonizar las diversas formas que toma el ser minoritario,
una lucha en contra de las condiciones de precariedad, sin tener en
cuenta la “identidad”, y una batalla en contra del racismo y la
exclusión social.
Mi propia filiación con lo “queer” tiene como objetivo afirmar las políticas de alianza a través de la diferencia.
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