Cuatro años de crisis, tres de programas de austeridad y recortes
sociales parecen bastantes. El actual mando de la política económica
europea (el Banco Central, la Comisión, las Merkel y los Sarkozy) no nos
ha conducido a nada que se asemeje a la esperada recuperación. Antes al
contrario, su obcecada pleitesía a los intereses de los acreedores
(léase: grandes bancos) sólo ha servido para animar y bendecir la mayor
operación de socialización de deuda privada de la historia europea
(léase: crisis de la deuda soberana y previsible quiebra de los llamados
estados periféricos). Y lo que es peor, nos ha llevado a una situación
de crisis permanente y «sin salida» posible. En ausencia de otros
protagonistas, el desenlace de la tragicomedia europea ha quedado
reducido a la alternativa entre un cambio radical (del que ni la clase
política ni las élites económicas parecen capaces) o la insistencia en
el neoliberalismo rampante, que amenaza con llevarse por delante al
proyecto europeo, moneda incluida.
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