El anarquismo ha tenido y tiene poca presencia en el ámbito
académico, a diferencia del marxismo. Esto se debe, en gran medida, a
que el anarquismo ha estado siempre más interesado por la práctica que
por grandes disquisiciones teóricas. No ha sido nunca la pretensión del
anarquismo adelantar un modelo futuro a aplicar, pero sí ser fiel en los
medios a los fines perseguidos, de ahí la indiscutible influencia de
las ideas libertarias en las prácticas y modos de organización de los
movimientos críticos con la globalización capitalista.
Al anarquismo siempre se le ha acusado de falta de solidez teórica; a
lo que David Graeber responde: «Más que una Gran Teoría, podríamos
decir que lo que le falta al anarquismo es una Base Teórica: un
mecanismo para confrontar los problemas reales e inmediatos que emergen
de todo proyecto de transformación». Así que el propósito del presente
ensayo no es otro que el de dar respuesta a la pregunta: «¿qué tipo de
teoría social puede ser realmente de interés para quiénes intentamos
crear un mundo en el cual la gente sea libre para administrar sus
propios asuntos?».
La antropología ha tenido siempre una cierta afinidad con el
anarquismo —con el que tuvo lazos más o menos estrechos a principios del
siglo XX—, puesto que «los antropólogos son el único grupo de
científicos sociales que conocen las sociedades sin Estado que existen
en la actualidad; muchos han vivido en zonas del mundo donde los Estados
han dejado de funcionar o al menos han desaparecido temporalmente y
donde la gente se organiza de forma autónoma». La antropología dispone
de unas herramientas y de un saber que puede resultar de gran valor para
asentar las bases de un proyecto de transformación social cada día más
urgente.
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