«El
hombre es bueno» El anarquismo se basa en esta convicción y a partir de ella extrae
sus argumentaciones: si el hombre es bueno, no se necesita violencia para
mantenerlo en el camino recto, cosa por la que se han esforzado siempre las
instituciones estatales (policía, tribunales, leyes, gobiernos e iglesias) con
sus medios de coacción, y mediante la cual, además, justifican su existencia.
El hombre tiene derecho a la libertad sin restricciones. Puesto que es autónomo
solamente una adhesión voluntaria puede obligarle a algo. Sin embargo las
instancias coactivas no quieren renunciar a la fuerza que se han arrogado. De
aquí surgen todas las opresiones, injusticias, crímenes y sufrimientos
sociales. Por eso el hombre debe liberarse de sí mismo, es decir, debe
desencadenar la revolución; no la revolución política, que lo único que hace es
sustituir una dominación por otra, sino una revolución mucho más amplia que
destruya todas las formas anteriores que han conducido a los hombres en un
desarrollo unilateral a las actuales situaciones de dependencia; una revolución
que traiga consigo la liberación de todas las coacciones económicas y
políticas, puesto que esta libertad puede ser el único estado apropiado. Por
esta razón todo lo que acelere su estabilidad debe favorecer, mientras que ha
de ser destruido, por el contrario, todo lo que se oponga o le obstruya el
camino.
Esta
profesión de fe del anarquismo, reducida a la fórmula más simple, contiene ya
la paradoja de que aspira alcanzar el estado final de ausencia total de
violencia con ayuda de la misma, si bien hay que tener en cuenta también que
había tendencias anarquistas que rechazaban toda forma de violencia.
Precisamente el anarquismo no conoce dogmas. Teóricamente todos los anarquistas
coincidían tan solo en defenderse frente a toda violencia estatal, y sobre todo
frente a toda dictadura, aun (en realidad dictadura de los dirigentes del
partido). [...]
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