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martes, 14 de febrero de 2012
El miedo a la libertad, Erich Frömm
El
propósito principal de Fromm en El miedo a la libertad fue el de presentar una
interpretación de la crisis contemporánea para contribuir así a su comprensión.
Escrita en momentos en que no había terminado aún la segunda guerra mundial,
adquiere en la actualidad, bajo la dictadura de los mercados, mayor significación. El análisis de Fromm
confirma —sobre el plano psicológico— lo que otros estudiosos han afirmado una
y otra vez: el fascismo, esa expresión política del miedo a la libertad, no
es un fenómeno accidental de un momento de un país determinado, sino que es la
manifestación de una crisis profunda que abarca los cimientos mismos de nuestra
civilización. Es el resultado de contradicciones que amenazan destruir no
solamente la cultura occidental, sino al hombre mismo. Eliminar el peligro del
fascismo significa fundamentalmente suprimir aquellas contradicciones en su
doble aspecto: estructural y psicológico. Hasta que la estructura social y sus
aspectos psicológicos correlativos permanezcan invariados, la amenaza de nuevas
servidumbres no habrá desaparecido.
Para
Fromm la estabilidad y la expansión ulterior de la democracia dependen de la
capacidad de autogobierno por parte de los ciudadanos, es decir, de su aptitud
para asumir decisiones racionales en aquellas esferas en las cuales, en tiempos
pasados, dominaba la tradición, la costumbre, o el prestigio y la fuerza de una
autoridad exterior. Ello significa que la democracia puede subsistir solamente si
se logra un fortalecimiento y una expansión de la personalidad de los
individuos, que los haga dueños de una voluntad y un pensamiento auténticamente
propios. En su dimensión psicológica, la crisis afecta justamente a la
personalidad humana. El hombre ha llegado a emerger, tras el largo proceso de individuación,
iniciado desde fines de la Edad Media, como entidad separada y autónoma,
pero esta nueva situación y ciertas características de la estructura social contemporánea
lo han colocado en un profundo aislamiento y soledad moral. A menos que no
logre restablecer una vinculación con el mundo y la sociedad, que se funde
sobre la reciprocidad y la plena expansión de su propio yo, el hombre
contemporáneo está llamado a refugiarse en alguna forma de evasión a la
libertad. Tal evasión se manifiesta por un lado por la creciente estandarización
de los individuos, la paulatina sustitución del yo auténtico por el
conjunto de funciones sociales adscritas al individuo; por el otro se expresa
con la propensión a la entrega y al sometimiento voluntario de la propia
individualidad a autoridades omnipotentes que la anulan.
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