"Se admite que el etnocidio es la supresión de las
diferencias culturales juzgadas inferiores y perniciosas, un proyecto de
reducción del otro a lo mismo, pretende la disolución de lo múltiple en
lo uno. El Estado es la puesta en juego de una fuerza centrípeta que
tiende a aplastar las fuerzas centrífugas inversas. Se proclama centro
de la sociedad, con la vocación de negar lo múltiple, el horror a la
diferencia. En resumen el Estado no reconoce más que ciudadanos iguales
ante la ley, por tanto toda organización estatal es etnocida.
Pero
lo que diferencia a Occidente es el capitalismo como pasaje más allá de
toda frontera; es el capitalismo como sistema de producción para el que
nada es imposible. La sociedad industrial, la más formidable máquina de
producir, es por esto la más terrible máquina de destruir. Razas,
sociedades, individuos, espacio, naturaleza, mares, bosques, subsuelo:
todo es útil, todo debe ser utilizado, productivo. He
aquí la razón por la que no se podía dar tregua a las sociedades que
abandonaban el mundo a su tranquila improductividad originaria. La
opción que se proponía a estas sociedades era un dilema: ceder a la
producción o desaparecer, el etnocidio o el genocidio. A finales del
siglo XIX los indígenas de la pampa argentina fueron totalmente
exterminados para permitir la crianza extensiva de ovejas y vacas que
hicieron la riqueza del capitalismo argentino. A principios del siglo XX
cientos de miles de indios amazónicos murieron bajo los golpes de los
buscadores de caucho. Actualmente, toda América
del Sur, los últimos indios libres sucumben bajo el enorme peso del
crecimiento económico, brasileño en particular. ¿Qué peso pueden tener
unos pocos millares de Salvajes improductivos a la vista de la riqueza
en oro, minerales raros, petróleo, criaderos de bovinos y plantaciones
de café? Producir o morir es la divisa de Occidente".
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