Vigilar y
castigar, de 1975, empieza con una descripción muy gráfica de la
ejecución pública del regicida Damiens en 1757. Contra ésta, Foucault expone
una prisión gris, 80 años después y busca entender cómo pudo ocurrir tal cambio
en la forma de castigar a los convictos en un período tan corto. Estas dos
formas de castigo tan contrastantes son dos ejemplos de lo que llama
“tecnologías de castigo”. La primera, la tecnología de castigo ‘monárquica’,
consiste en la represión de la población mediante ejecuciones públicas y
tortura. La segunda, el “castigo disciplinario”, según dice, es la forma de
castigo practicada hoy día; este castigo le da a los “profesionales”
(psicólogos, facilitadores, guardias, etc.) poder sobre el prisionero: la
duración de la estancia depende de la opinión de los profesionales.
Foucault compara la
sociedad moderna con el diseño de prisiones llamadas panópticos de Bentham
(nunca construidas pero tomadas en cuenta): allí, un solo guardia puede vigilar
a muchos prisioneros mientras el guardia no puede ser visto. El oscuro calabozo
de la pre-modernidad ha sido reemplazado por la moderna prisión brillante, pero
Foucault advierte que “la visibilidad es una trampa”. A través de esta óptica
de vigilancia, dice, la sociedad moderna ejercita sus sistemas de control de
poder y conocimiento (términos que considera tan íntimamente ligados que con
frecuencia habla del concepto “poder-conocimiento”). Foucault sugiere que en
todos los planos de la sociedad moderna existe un tipo de ‘prisión continua’, desde
las cárceles de máxima seguridad, trabajadores sociales, la policía, los
maestros, hasta nuestro trabajo diario y vida cotidiana. Todo está conectado
mediante la vigilancia (deliberada o no) de unos seres humanos por otros, en
busca de una ‘normalización’ generalizada.
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