viernes, 1 de junio de 2012

Insurgencia libertaria - Salvador Gurucharri y Tomás Ibáñez


Pese a la dispersión de la militancia libertaria tras 1939, el movimiento libertario mantuvo en el exilio el pulso de sus organizaciones, aunque con un pesado lastre de enfrentamientos internos. La colaboración gubernamental durante la guerra, dio pie a una división entre «puristas» y «colaboracionistas» a menudo más nominal y biográfica que política, pero que condicionó los debates de posguerra. No obstante, entre los núcleos de anarquistas huidos de la Península se fue generando una red de contactos, publicaciones, ateneos, encuentros internacionales etc., que la dirección cenetista en Toulouse quiso centralizar jugando, a la larga, un papel entorpecedor y paralizante.

En este contexto, y tras el declive de las tentativas guerrilleras de Sabaté y Facerías, algunos jóvenes crecidos en el exilio y otros llegados del interior, con la ayuda de ciertos veteranos, buscaban un nuevo marco para el movimiento libertario: fortalecer la creación de grupos en la Península y priorizar la acción directa como instrumento para minar el Estado fascista. Así nacería Defensa Interior, organismo destinado a llevar a cabo acciones armadas, aprobado en 1961 por la CNT. Esta decisión prometía, para los hastiados de la burocracia, una nueva etapa que recuperaría el sentido y el protagonismo de la acción libertaria. Militantes de Juventudes Libertarias como los hermanos Gurucharri u Octavio Alberola, y viejos luchadores del calibre de García Oliver o Cipriano Mera apostaron honestamente por el DI; mientras la dirección cenetista lo saboteaba de manera sistemática. Pese a ello, entre 1962 y 1970 se llevaron a cabo una cincuentena de acciones que, después de la supresión formal del DI en 1965,  fueron continuadas por las Juventudes Libertarias y el Grupo Primero de Mayo. Entre estas acciones se encuentran el secuestro del delegado español en el Vaticano monseñor Marcos Ussía, y varios planes frustrados contra el dictador Francisco Franco.
 
El rechazo creciente de la dirección del Movimiento Libertario, en manos de personas como Federica Montseny o Germinal Esgleas, las ejecuciones de Delgado y Granados, las detenciones de importantes militantes en el interior y las propias redadas de las autoridades francesas contra los sectores más activos del exilio acabarían por asfixiar esta vía. Se frustraron así las ilusiones de una nueva generación de libertarios que, mientras fracasaba el intento de renovar y relanzar las organizaciones históricas del anarquismo ibérico, encontraban en los movimientos en torno a los que se fraguó el Mayo del 68 y en el contacto con otros jóvenes anarquistas europeos la posibilidad de una acción revolucionaria al margen de las viejas estructuras.


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