Tiene el lector en sus manos la oportunidad de adentrarse en un
laberinto de libertad. Es el pensamiento mismo, que no rechaza ninguna
herramienta para identificar la forma que le corresponde vivir en el
presente, el que aquí se despliega a través de breves senderos
numerados, marcados con palabras casi enigmáticas. Cada uno de los
epígrafes que componen este pequeño libro es como un ramo que juega no
sólo con los espacios, desde la Plaza de Tienanmen hasta el limbo, sino
con los tiempos de la filosofía,logrando finalmente conjuntarlos como
ámbito mismo de la más precisa simultaneidad discursiva. Aquí, Platón,
El Talmud, Gilson y la mística medieval, Santo Tomás, Kant, Melville,
Frege, Walser, Kafka, Guy Debord, cada uno de ellos construye un tramo
de esta habla de nuestro presente, del secuestro final del lenguaje y
del uso masivo de los simulacros de comunicación para impedir el
lenguaje comunicativo. Quizás ese silencio forzoso, sin embargo, nos
lleva de regreso a un principio. El hombre desprovisto de lenguaje es el
cualquiera. La comunidad que viene es la reunión, frágil como el
chispazo de un rayo, de esos cualquiera que ninguna legitimidad podría
mantener sometidos. En el Apostilla 2001 que acompaña esta edición, el
autor no puede más que constatar que aquello que en principio era sólo
una hipótesis -la ausencia de obra, la singularidad cualsea, el bloom-
se ha convertido en realidad. Dirigido a este no-sujeto, a esta vida sin
forma, el libro no ha perdido nada de su inactualidad.
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